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Lo que nos ata a la vida

Javier UrraDr. en Psicología y Dr. en Ciencias de la Salud 
Javier Urra. Cedida
Javier Urra. Cedida
Lo que nos ata a la vida

Es la esperanza. 

En tiempos de devastación, percibimos la soledad, la angustia, sabiendo solo 

que lo peor está por llegar. 

Lo preocupante no es convivir confinados, sino sentirnos víctimas potenciales, 

asumir la indefensión, la impotencia. 

Nos acongoja el intuir reacciones imprevisibles abocadas por la incertidumbre, 

apreciar que el creíamos sólido organigrama social se tambalea, sentirnos 

atrapados por el miedo de debacle económica. 

Vivíamos de espaldas a la muerte, ahora pendientes de ella. Precisamos utilizar 

la razón, pero nos embarga la emoción. 

Nunca se está preparado para lo imprevisible. Entendamos, asumamos, nuestra 

fragilidad emocional y la de los conciudadanos que son nuestros vecinos y todos 

los que habitan este nuestro único mundo. 

Combatir lo que no se ve genera impotencia, escuchar que no contamos con 

medios suficientes para combatir la pandemia mina la credibilidad en las 

instituciones y quienes las dirigen. Estar recluidos en casa aun sabiendo que es 

lo que hay que hacer, resulta incapacitante. 

No saber si ya estamos infectados nos anonada. Anticipar que si caemos 

enfermos la ayuda exterior viene desde la distancia, la mascarilla, las gafas, nos 

hunde en la peor de las pesadillas. 

El sufrimiento se acrecienta cuando no se puede visitar a seres queridos, algunos 

en residencias, o enterrar a quienes amamos, sin poder compartir el duelo. 

Es entendible que nos rodeen los pensamientos catastrofistas, que en nuestro 

callado silencio interior entremos en pánico. 

Tiempos de crisis, precisamos liderazgo, ideas, criterios, disciplina, una correcta 

operatividad de gestión de la comunicación. 

Ahora que somos conscientes, sabemos que precisamos del apoyo mutuo, que 

en lo posible hemos de manejar la ansiedad, racionar la dosis informativa, que 

nuestros pensamientos y emociones no giren constantemente en torno a la 

negatividad y el dramatismo, que no aireemos de forma reiterada miedos e 

inseguridades. 

Vamos a pasar por las distintas fases del duelo: negación. Ira/rabia. Tristeza. 

Aceptación. 

Sabemos y esta es la buena noticia, que este es un período transitorio, en el que 

hemos de ser prudentes y no tomar decisiones definitivas. En el que hemos de 

mantener la comunicación fluida, la conexión emocional. 

En lo posible, reservemos espacios y momentos de intimidad, al tiempo, estemos 

atentos a las necesidades del otro. 

Habrá roces y conflictos, no personalicemos las recriminaciones, 

interpretémoslos como circunstanciales, fruto de la tensión. 

No busquemos culpables; no nos creamos en posesión de la verdad; no se sienta 

la víctima; no humille; no exija; no sea negativo; no transmita desesperanza; no 

se autoinculpe; no ejerza agresividad pasiva; no utilice el sarcasmo, ni el 

contraataque; no eleve el tono; no etiquete; no falte al respeto; no deje 

enquistarse los problemas; no traslade tensión. Que de la frustración no demos 

paso a la agresividad, a la violencia. 

Démonos tiempo para la soledad, la escucha, el silencio, mimemos la 

comunicación verbal y gestual. Mantengamos los horarios, los objetivos diarios, 

y al tiempo seamos imaginativos, para hacer cosas que nunca hemos hecho. 

Es hora para ser generosos, y deseamos serlo a título individual, pero cada 

Nación cierra sus fronteras, cada Comunidad Autónoma reclama lo que cree 

suyo. Somos una especie vulnerable, pero que sobrevive desde la cooperación, 

la investigación. 

Precisamos valentía, talento, compromiso, optimismo y esperanza. La psicología 

nos enseña que somos adaptables, flexibles, resilientes, que afrontamos las 

crisis, las pérdidas, los sufrimientos mucho mejor de lo que anticipamos. 

Hay familias, hay personas que lo van a pasar mucho peor, enfermos mentales, 

dependientes, adictos, víctimas de violencia de género, de violencia filio- 

parental. Y muchas otras más, quien padece hiperactividad, quien está afectado 

de graves minusvalías. El resto debemos relativizar nuestras incomodidades. 

La crisis, ansiedad, angustia, incertidumbre, exige evitar conflictos, ampliar la 

empatía. Y cuidar de los detalles como vestirnos de calle, aun hasta para estar 

en el hogar, diferenciar días laborales y festivos. Realizar ejercicio físico, 

aprovechar el tiempo realizando tareas pendientes. 

Sí resistiré, resistiremos, nos comunicaremos de todas las formas posibles, 

desde luego online. 

Hay que hacer, pero sobre todo, hay que centrarse en el ser, y en el estar. 

Sabiendo que no estoy solo, que soy solo, que estamos solos, pero unidos para 

intentar sobrevivir. 

Somos vulnerables, individual y colectivamente, lo estamos comprobando. 

Viviremos sabiendo que vamos a morir y que en cualquier momento podemos 

amanecer sobresaltados.

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