sábado. 20.04.2024
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PSICOSIS

LUNES CRÍTICO
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FOTO: MARTA SALAS
Pedro estornudó de modo sonoro provocando un tsunami de babas en forma de minúsculas partículas  que salieron de su boca como una estampida. De esa misma forma y de modo absurdo hicieron los 9 pasajeros en la primera parada de la línea 3, entre insultos, pánico, empujones y juramentos. El chófer no siguió la ruta, guantes en mano y con traje de protección nuclear, se giró hacia Pedro y le pidió, de un modo poco amable -a través de un micrófono- que abandonase aquel autobús. El único delito de Pedro era ser alérgico al plástico.

Amalia empujaba con dificultad la silla de ruedas de Antonio, el vecino, al que hacía 3 años cuidaba como a un padre. Antonio era millonario, soltero y con obsesión enfermiza por las chicas jóvenes, tenía parálisis en el 90 por ciento de su cuerpo, a raíz de un misterioso accidente sucedido en Las Vegas, minutos después de haber ganado el mayor de los premios de su historia, en el Casino Bellagio. Amalia soltó aquella silla al contemplar a un grupo de chinos que hacían el camino de Santiago y bajaban por la empinada cuesta de la Calle Cupia. La silla se precipitó calle abajo, llevándose por delante a todos los que, ese Viernes Santo, se acercaban a rezar a la Catedral. La Iglesia se había negado a cerrar sus templos, esgrimiendo que, en aquellos lugares sagrados se combatía con efectividad el contagio del “virus 中国制造”, a la par, que aprovechaban para pedir donaciones a los creyentes en unas enormes urnas de plástico colocadas para tal fin. Las misas y las celebraciones esos días se hacían de modo online, sin dejar de animar a las personas a acudir en masa hacia la salvación.

Edurne lloraba desconsolada, presa del horror, tratando de controlar a dos señoras que se pegaban, tirando de un paquete de 12 unidades de papel higiénico doble capa, el último que quedaba  en el Trotski, aquel supermercado de barrio arrasado. En su intento por separarlas, recibió un escupitajo en la boca de una de ellas y un puñetazo en la nariz de la otra. Se desmayó al tiempo en que comenzaban a sonar las sirenas que anunciaban el toque de queda y con el adagio en su mente “no pasa nada”, que había habitado su cabeza desde hacía varias semanas.

“Señoras, señores: el culo me da temblores” de tanto titular destacado, de tanto caos, de tanto despiste, del vértigo absurdo, del colon irritable imaginario, del olvido de todos los problemas, porque ya sólo es uno. No puedo evitar pensar -dada mi mente perversa e imaginaria- en el inicio de todo: en murciélagos o matraces de laboratorio; en “cuidado con los chinos que crecen y no podemos permitirlo”; en “se nos fue de las manos” o “esta sopa sabe rara”; no quiero imaginar una debacle mundial provocada por los hilos que mueven a esta marioneta llamada Tierra. No, me niego, y me niego a limpiarme ese culo tembloroso con papel de periódico.

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